Actualmente la felicidad se ha convertido simultáneamente en necesidad y producto. En el contexto social capitalista, el mercado ha invadido la esfera privada aumentando la precariedad y a la vez la exigencia del individuo. El filósofo Gilles Lipovetsky es el teórico principal en el campo de la felicidad en la esfera capitalista actual, con su ensayo sobre la sociedad del hiperconsumo, La felicidad paradójica, 2006.

La línea de pensamiento imperante se basa en ignorar el dolor y la raíz de los obstáculos en el camino a ser felices, mediante slogans, afirmaciones y merchandising. Reinan los sentimientos de alienación, autocrítica y culpa cuando esta felicidad, inevitablemente, resulta inalcanzable. La ilustradora Blair Kemp explora esta realidad, ofrece métodos que realmente ayudan en este tipo de situaciones y evita la negación de la infelicidad.

Francesca Woodman, desde las artes, es uno de los muchos ejemplos de las consecuencias de la cultura de la felicidad tóxica. Su obra refleja las consecuencias de la degeneración de su salud mental ignorada por su contexto familiar y social.

La población trabajadora, en una situación de extrema precariedad, se ve sometida a constantes impulsos por parte de los medios de comunicación de intentar ver el lado positivo en una situación donde es imposible ignorar las devastadoras huellas emocionales que deja.